“When you are passionate about something, you will find a way.”

Spanish original version by: María Castrillo Espino
Translated by: Sarah R. Lauhead


Spanish Translation

Estaba caminando por la playa de Los Lances. Caminaba de espaldas al viento, de modo que me sentía tan ligero como una pluma, simplemente disfrutando del firmamento salpicado por el arcoíris de las cometas.

-¡Nacho! Aunque el sol deslumbrante hacía difícil distinguir las figuras, pude reconocerlo por sus gafas.

A medida que se acercaba, comencé a distinguirlo con más detalle. Entonces me detuve en seco.

-¿¡¿Lo que le pasó?!?

Antes de responderme, dejó de apoyarse en aquel bastón que parecía una pierna, lo levantó del suelo y vino caminando vigorosamente hacia mí mientras lo llevaba oblicuamente como un paraguas cerrado. Señaló con la punta de aquel bastón negro a una de las motas de color que danzaban al compás de once nudos sobre el agua.

“Es de Walter”.

Miré hacia donde él señalaba. Empecé a distinguir una cometa roja de doce metros enganchada a lo que ya podía ver era una figura robusta envuelta en un traje de neopreno de manga corta. Siguió haciéndose más grande. Su velocidad disminuyó a medida que se acercaba a la orilla. Él se detuvo. Pero no saltó a la playa. Tampoco dio media vuelta para volver mar adentro. Él permaneció sentado en esa silla incorporada al tablero y nos sonrió.

“Nacho Yuste, el campeón de España de surf, fue mi primer profesor de kitesurf.” El termómetro colgado en el chiringuito marcaba 30 grados, pero Walter se detuvo de todos modos para tomar un sorbo de su café humeante. “Lo conocí en Cabo Verde en 2001. En aquel entonces todavía podía usar ambas piernas. Hizo una nueva pausa, pero esta vez no bebió nada.

Walter, con sus ojos azules y su cabello tan rubio que podría haber sido llamado blanco, continuó explicando cómo hace nueve años, su pie izquierdo comenzó a quedarse dormido. Pero nunca despertó. Con el paso de los días, la sensación de hormigueo subió hasta sus rodillas y finalmente se apoderó de toda su pierna: “Tengo un tumor. Se llama schwannoma. Es benigno, no canceroso, pero puede insensibilizar nervios importantes. Es una de las raras enfermedades que se desarrolla en los músculos periféricos de las vainas nerviosas, en la médula espinal”. Continuó: “Al principio consulté con varios neurocirujanos, pero mi tumor es muy profundo. Entonces, después de mirar muchas otras opciones, me dijeron que es incurable. Pensé que nunca volvería a surfear”.

“¡Nacho! Tengo algo que mostrarte y voy a necesitar tu ayuda”. Walter estaba reviviendo un acontecimiento importante en su memoria mientras repetía las palabras que había dicho nueve años antes. Había estado en Tarifa, como era su costumbre, escapando de las nubes belgas durante unas semanas cada verano.

Estaba recordando que esta vez llegó con un invento a cuestas. Era una silla. Sí, una sencilla silla que diera vuelo a sus ganas de seguir siguiendo sus pasiones, el kitesurf y el windsurf, a pesar de su enfermedad: “Pensé que no volvería a surfear nunca más, hasta que una persona que trabajaba con personas con discapacidad me animó, ‘¡Sí, puedes!’ Y me sugirió la maravillosa idea de comprar una silla para mi junta directiva”.

Una vez más, Nacho fue su maestro. Ese verano, bajo el techo de la escuela de kitesurf de Nacho, colocaron aquella silla única en su tipo. “Lo probó, hizo ajustes y lo intentó de nuevo”. Walter avanzó la mano mientras contaba la historia con una sonrisa. “Él adaptó los elementos de seguridad, ¡habíamos creado algo de la nada! Y una vez que estuvo seguro de que funcionaría, me mostró cómo usarlo”.

Así siguió surfeando y disfrutándolo.

Tanto es así que medio sonreía al confesar lo orgulloso que estaba de la velocidad alcanzada en aquellos últimos días: “Mis compañeros de kitesurf en el agua me felicitaron. Eso me llenó de buen ánimo y coraje”.

Esa tampoco fue su última lección con Nacho. Cada verano, Walter pierde aún más movilidad. Cada verano se reúnen para idear nuevas adaptaciones a su invento, sin patentarlo, pero consiguiendo hacer volar a alguien que cada año en su último día de vacaciones en el sur de España nunca sabe si será también su último día de kitesurf también.

-Pero siempre sigues intentándolo. ¿Qué te hace seguir volviendo a la silla?

-Mi esposa es mi pierna ahora. Mis hijos son mi pierna ahora. Mi pierna también son mis amigos, es Nacho. Tienes que seguir caminando.

“Al final, es bastante sencillo. Tengo la pierna izquierda enferma. Y mi pierna derecha está bien. Entonces, tengo dos opciones. Puedo decir: ‘Oh, mira, mi pierna no vale nada’. No puedo surfear. No puedo caminar. No puedo...’ O puedo decir: ‘Bueno, tengo una pierna sana. Gracias a ello puedo seguir caminando por la playa, puedo nadar, puedo conducir y puedo ser autosuficiente. Y lo mejor de todo es que no me ha afectado la mente”. Creo que tengo que aceptar ambas realidades. Pero, ¿en cuál debería centrarme? Todo depende de la perspectiva de cada uno”.

Tres amigos que acababan de terminar de nadar nos preguntaron, arrastrando las palabras, si podíamos avisarles cuando nos fuéramos. El chiringuito estaba tan lleno de gente que no quedaban mesas libres. En el intermedio, Walter miró su reloj y me dijo que en una hora tenían que salir hacia el aeropuerto de Málaga, pero retomó el hilo de nuestra conversación, parecía que